El Mercosur: una víctima del coronavirus?
abril 26, 2020
Ricardo Arredondo
Como consecuencia de la “pandemia de la enfermedad por coronavirus de 2019 (COVID-19)”[1], la comunidad internacional está enfrentando una crisis transcendental que probablemente va a generar mutaciones significativas en el orden internacional tal como lo conocemos. La pandemia ha venido a recordarnos de manera clara e incuestionable la vulnerabilidad de las personas y del planeta ante las amenazas globales.
Como señalaba hace unos días en Clarín, esta crisis ha contribuido a acelerar las debilidades del multilateralismo y de un orden internacional basado en normas. No se trata de una situación generada por el coronavirus, sino de algo que ya venía gestándose desde hace muchos años y que la pandemia ha precipitado.
La respuesta a la pandemia ha sido variada, desde Estados que se han replegado sobre sí mismos, buscando soluciones individuales (v.g. Estados Unidos y Turquía[2], por mencionar solo un par) a otros que se han mostrado solidarios y han ofrecido cooperación (v.g. China, “la diplomacia del barbijo”).
En América Latina, los gobiernos de la región han adoptado soluciones diversas frente a una crisis más profunda y larga que la que los pronósticos anticipaban. Una mirada hacia el vecindario, permite observar que el Mercosur ha adoptado ciertas medidas formales, tales como Declaración de los presidentes de los Estados Miembros del MERCOSUR de 18 de marzo por la que se instruyó a los órganos del MERCOSUR para que continúen trabajando y avanzando en la agenda de integración y realicen esfuerzos de coordinación y superación de obstáculos en materia de comercio y transporte entre los Estados Partes, y la iniciativa para combatir el coronavirus, que aprobó un fondo de reserva de US$ 10 millones para combatir la pandemia[3]. Asimismo, en la reunión de los Coordinadores del Mercosur, del 20 de abril, se evaluó el impacto de las políticas sanitarias y comerciales en el contexto del COVID-19 y se acordó darle un marco legal a las videoconferencias para agilizar el funcionamiento del organismo.
Sin embargo, como señalaba el ex embajador argentino ante el Brasil, Juan Pablo Lohlé, la rivalidad ideológica y de posición frente al coronavirus ha impedido una coordinación sustancial entre la Argentina y Brasil. Esta falta de afinidad entre los Gobiernos de la región generó un “déficit de vínculos en un momento de emergencia”, que es necesario superar.
El 24 de abril, en el marco de una reunión de Coordinadores Nacionales del Grupo Mercado Común sobre relacionamiento externo, el representante argentino, Jorge Neme, comunicó la decisión del gobierno nacional de suspender la participación de la República Argentina en los diferentes procesos de relaciones externas que lleva adelante el bloque. Con la excepción expresa de los acuerdos ya firmados, aunque aún pendientes de entrada en vigor, con la Unión Europea (UE) y con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), que integran Suiza, Noruega, Liechtenstein e Islandia; la Argentina manifestó su decisión de no continuar participando de los procesos negociadores en curso con Corea del Sur, Singapur, Líbano y Canadá y en los por iniciarse, como con la India, entre otros.
La decisión fue motivo de diversas críticas, aunque a mi juicio se encuentra correctamente fundamentada en la decisión de salir de un proceso negociador que inevitablemente iba a llevarnos a resultados desfavorables para el país. Como lo reconoció el canciller de Brasil, se trata de una posición que venía anticipándose a nuestros socios, que no quisieron, supieron o pudieron escucharnos. Por otra parte, se trata de procesos de negociaciones comerciales externas a los que se entró sin haber realizado un estudio adecuado de las eventuales ventajas y perjuicios que podían producirse para nuestro país y sin haber efectuado un proceso de consultas internas con los diferentes sectores involucrados. Por lo tanto, de lo que se trata, utilizando una frase de la anterior administración, es de hacer efectivamente una “inserción inteligente”, evaluando los perjuicios y beneficios de nuestras interacciones.
Como en la mayoría de las cuestiones de la agenda internacional, no se trata de un elemento nuevo introducido por la pandemia del coronavirus, sino de algo que esta crisis ha acelerado. Emanuel Porcelli señala acertadamente que desde mediados de 2019, algunos países (particularmente Brasil) venían presionando para obtener dos objetivos: una aceleración de las negociaciones comerciales externas, especialmente la conclusión de ciertos acuerdos de libre comercio, y una reducción, lo más baja posible (con pretensiones cercanas a 0%) del arancel externo común (AEC). Seguir adelante con este proceso, sumado a las dificultades propias de la situación económica argentina, se hubiera traducido en una receta peligrosa para intentar algún tipo de recuperación de industrial nacional.
Esta decisión no significa en modo alguno que la Argentina vaya a adoptar una política de aislamiento o encierro. Como dice el comunicado de prensa, el Mercosur es “mucho más que la geografía y la historia”. Argentina ha reafirmado su pertenencia a este espacio geográfico y estratégico común, su disposición a continuar trabajando con nuestros socios y, además, va a seguir interactuando, trabajando y comerciando con el resto del mundo como lo ha venido haciendo hasta ahora. La ratificación de los compromisos ya firmados con la UE y la EFTA son una clara evidencia de que la Argentina no está planteando la ruptura del Mercosur.
El comunicado emitido por la presidencia pro-tempore del Mercosur, en manos de Paraguay, expresa que “La República Argentina … indicó que no será obstáculo para que los demás Estados Partes prosigan con los diversos procesos negociadores”. Esa afirmación no se encuentra contenida en el comunicado emitido por la Cancillería argentina. Al respecto, cabe recordar que la Decisión CMC 32/00, que sienta las bases para el relacionamiento externo del Mercosur, obliga a los Estados Miembros del Mercosur a negociar de manera conjunta los acuerdos con terceros (art. 2) por lo tanto, hasta tanto esa norma no sea modificada, la República Argentina conserva una capacidad de bloqueo respecto de esas tratativas externas. Y aquí el desafío consiste en encontrar un camino intermedio entre dejar que los socios avancen libremente hacia una apertura irrestricta y obstaculizar esas negociaciones. En este punto, existe claramente no solo una división ideológica sino también de percepción y visión respecto de lo que debe ser el futuro, pero no por ello me parece que debemos quedarnos afuera. Creo que esa decisión no beneficiaría a la Argentina.
El impacto y las consecuencias de esta crisis son multifacéticas y, en particular, los efectos del COVID-19 generarán la recesión más grande que ha sufrido la región desde 1914 y 1930. Se prevé un fuerte aumento del desempleo con efectos negativos en pobreza y desigualdad. Basta leer los informes del FMI, la OMC y la CEPAL, entre otros, para percibir la complejidad del mundo que se avecina. Ninguno plantea un escenario favorable. El panorama parece bastante volátil y es conveniente acampar hasta que aclare. En medio de esta incertidumbre, no parece razonable avanzar en un proceso de negociaciones comerciales.
[1] Expresión utilizada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 74/270, titulada “Solidaridad mundial para luchar contra la enfermedad por coronavirus de 2019 (COVID-19)”, adoptada el 3 de abril de 2020 (UN doc. A/RES/74/270), en adelante, para simplificar se utiliza de manera indistinta las expresiones “coronavirus”, “pandemia” y “COVID-19”.
[2] El Gobierno turco decidió inicialmente no permitir la exportación de material sanitario adquirido por España, aunque después de varias semanas de negociación el material finalmente fue entregado.
[3] Los recursos se utilizarán para comprar suministros, equipos, ropas protectoras, kits de diagnóstico, para aumentar la producción de kits de prueba, así como para desarrollar y producir una prueba serológica