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Reflexiones de un internacionalista sobre la pandemia./4. Los derechos individuales y los derechos (y obligaciones) estatales, por Javier Roldán Barbero

junio 26, 2020

Nota: Esta es la cuarta entrega de una serie de “Reflexiones de un internacionalista en tiempos de pandemia” del profesor Javier Roldán Barbero, publicadas en seis entregas: (1) sobre la verdad y las mentiras en tiempos de coronavirus; (2) el tiempo y la Covid-19; (3) el espacio: sobre lo individual y lo colectivo en tiempo de coronavirus; (4) los derechos individuales y los derechos (y obligaciones) estatales; (5) ¡Europa, Europa!; y (6) la cacofonía del nuevo mundo.

Por Javier Roldán Barbero
Catedrático de Derecho internacional público y Relaciones internacionales, Universidad de Granada (jroldanb@ugr.es).

Las tribulaciones del capitalismo moderno, referidas en el pasado comentario, venían de atrás, al menos desde el estallido de la Gran Recesión en 2008.  Junto a la crisis, ahora acentuada, del liberalismo económico, tampoco el deterioro del liberalismo político es nuevo, y también se ha agravado con la pandemia. Asistíamos ya, en efecto, a un retroceso de las libertades,  y la Gran Reclusión ha servido de motivo, y también de pretexto, para una contracción de los derechos humanos, proceso enmarcado en una miríada de excepciones y derogaciones, más o menos fundamentadas jurídicamente. El derecho a la vida como bien supremo, se ha sostenido, justificaba esa retracción democrática. La tríada política occidental (democracia-derechos humanos-Estado de Derecho) se ha degradado y ha encontrado entre sus tres componentes contradicciones, por ejemplo con el ascenso de la democracia iliberal, erigida sobre el voto popular, pero irrespetuosa con los derechos humanos y con el imperio de la Ley. Los derechos digitales, incluido el emergente acceso universal a Internet, saltan al primer plano de la actualidad y con urgencia para paliar las desigualdades y las restricciones entre personas y países. Hay innumerables manifestaciones de deshumanización en nuestro tiempo. Por ejemplo, como contraste y paradoja de la Gran Reclusión, casi un 1% de los seres humanos se encuentran desplazados de sus hogares (ACNUR). Las libertades internas y también las internacionales, incluidas las inherentes a la Unión Europea, se han cercenado. El capitalismo de vigilancia va ganando terreno. Es fundamental crear o acrecentar  una sociedad civil concienciada y movilizada para neutralizar los abusos de la “razón de Estado”. Algunos Gobiernos pueden, so pretexto de la pandemia y del “derecho de crisis” que trae consigo, tomar medidas aún peores que la enfermedad en sí misma. El Estado y su Gobierno pueden ser el principal enemigo de sus ciudadanos y es inquietante una desinternacionalización de los derechos humanos…, o una deshumanización del Derecho internacional. Aunque los textos internacionales de protección de los derechos fundamentales hermanan la seguridad y la libertad, nos encontramos a menudo ante una disyuntiva entre ambos valores, en la que tiende a salir triunfadora la seguridad.

A medida que el imperativo de seguridad humana vaya siendo reemplazado por el imperativo de la seguridad económica, irá saliendo a la luz un panorama desolador de derechos sociales y económicos y miles de reclamaciones de distintos sectores que apelarán y comprometerán al Estado (así, a una sanidad autosuficiente y pública). Habrá más exclusión y miseria sociales, más pobreza infantil. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (el PNUD) acaba de confirmar que el desarrollo humano en los países se ha degradado por primera vez en décadas. Este coronavirus traerá consigo un robustecimiento del pragmatismo, de la Realpolitik en perjuicio del idealismo y los valores. Con la crisis pandémica algunos Gobiernos nacionales han salido reforzados, como el de Corea del Sur –revalidado ahora en las urnas y puesto como modelo frente al virus por la OMS-, mientras otros pueden caer (quién sabe si la Presidencia de Donald Trump, y esa caída sería una excelente noticia para el orden internacional liberal). Es verdad que un rebrote podría alterar las calificaciones de Gobiernos virtuosos y errados ante la pandemia. Los Gobiernos en ejercicio piden patriotismo, lealtad y unidad para afrontar la depresión social, invocando la máxima ignaciana de que en tiempo de turbación no ha de hacerse mudanza; la oposición política intenta, por su parte, sacar rédito de las circunstancias y ejercer de contrapeso a un posible absolutismo gubernamental. Las fuerzas centrífugas, divisivas, polarizadoras, intolerantes, falsificadoras de la realidad, xenófobas tendrán un gran campo abonado para sus vilezas.  Habrá seguramente menos paz social, más crispación, menos estabilidad política. El ingreso mínimo vital se presenta en muchos países como una solución de emergencia más que como, estrictamente, un progreso social. Ese reclamo de unidad se extenderá a los conflictos territoriales, apaciguados durante la pandemia –como ha pasado con el secesionismo catalán-, y en algunos casos, como el que se avecina en Hong-Kong, darán sustento a soluciones unificadoras en contra del hecho y derecho diferenciales de los territorios autónomos.

Paradójicamente, algunos Estados, acuciados por más reclamos de aquí y de allá, se verán desbordados. Los que acarreaban ya ordalías, como Argentina, tendrán problemas para sortear el default. El rescate, el intervencionismo externo se solicitarán de forma masiva, sometida esa ayuda a un régimen de condicionalidad que hipotecará la soberanía económica y política. Las carencias del Estado, de las instituciones públicas –su deficiente vertebración- están lastrando especialmente a algunas regiones como Iberoamérica. El Estado habrá de competir con estructuras paralelas ilegales, criminales. Cada país está intentando ganar con su propia narrativa, priorizar su relato de los hechos a fin de revalorizar la marca nacional, su poder blando. En el caso de China y Estados Unidos, la dialéctica toma perfiles de lucha geoestratégica mundial que nos salpicará a todos. Sólo algunos países remotos e insulares, amén de otros bajo permanente sospecha de veracidad, declaran haberse librado enteramente de la covid-19.

Las crisis sociales y políticas suelen acentuar ese veneno que es el nacionalismo (¡incluso en el ámbito de la ciencia!), denigrando el saludable patriotismo. Los Estados, a menudo pero siempre a conveniencia, invocarán sus “derechos fundamentales”: igualdad soberana, independencia política, integridad territorial, no injerencia en sus asuntos internos… Es probable que haya litigios judiciales contra Estados – y contra altas autoridades de los Estados- y que la inmunidad  soberana (por ejemplo, la china ante tribunales de los Estados Unidos de América) sea alegada y prevalezca en perjuicio de la tutela judicial efectiva. Para salir juntos de esta depresión, es crucial que la interdependencia domine a la independencia; el multilateralismo se imponga al unilateralismo; que la acuciante solidaridad interna no arrumbe a la solidaridad internacional; que las fronteras no se bunkericen, la distancia internacional no se consolide, en perjuicio de la cooperación internacional nacida del consenso entre Estados y orientada hacia la concordia; el abrazo internacional debe predominar sobre el codazo; es capital que los modelos y los discursos políticos chino o ruso no se impongan y se hagan tóxicos mediante el contagio a otras latitudes desprestigiando el Estado social y democrático de Derecho, fuente del bienestar privado y público y de una comunidad jurídica internacional digna de tal nombre.

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